Por: Heyman Bolaños López
Tras la avalancha que
arrasó gran parte de Mocoa y dejó cientos de familias damnificadas, la
solidaridad de los colombianos y extranjeros no se hizo esperar. Grandes
cantidades de alimentos y agua comenzaron a llegar a los albergues temporales
dispuestos por las autoridades, para que fuesen distribuidos entre la población
afectada.
No obstante, una
cosa es lo que se puede apreciar en los medios de comunicación y otra la
realidad que se vive aquí. Ya ha pasado más de una semana desde el amanecer de
ese primero de abril, ya todo está más tranquilo, pero aún se vive entre los
escombros, el desconcierto y el olor de la tragedia.
La solidaridad ha
sido desbordante. Pasto, por ejemplo, dio un poco más de 222 millones de pesos.
Grupos de socorristas nacionales y extranjeros, el ejército, la policía,
cuerpos de bomberos de todo el país, integrantes del ICBF y Médicos voluntarios
independientes hacen parte del sinnúmero de organizaciones que han hecho su
modesto aporte. Pero es preocupante la
desorganización de las entidades estatales, pues todavía no se ha logrado
establecer unas rutas precisas para la entrega de las ayudas. En los medios el
Gobierno afirma que “todo está bajo control”, sin embargo la situación es
caótica y desesperante.
Sin diferenciar las
necesidades individuales o familiares las ayudas pueden ser igualitarias pero
no equitativas: na madre que quedó sola con 5 niños entre 2 y 8 años no tendrá
las mismas demandas que una familia de 3 o 4 personas adultas. Las ayudas
médicas, la alimentación, la dotación de colchonetas, etc. llega a los
albergues que están oficialmente identificados, pero también existen personas
ubicadas en casas de familia, las que también se han convertido en “albergues”
temporales. Algunas de estas casas se encuentran en el casco urbano y otras se
han desplazado a zonas rurales, y hasta allá no han llegado las ayudas que se
brindan en los otros albergues. Algunas autoridades conocen esta situación, sin
embargo aún no se logra la coordinación efectiva para darle solución.
La ropa y zapatos se
descargan en “montañas” y así se disponen para que la gente “escoja” lo que le
puede servir. Gran parte de estos objetos no está en buenas condiciones y otra
no es de utilidad, pues Mocoa tiene un clima caliente y húmedo, y las altas
temperaturas no permiten el uso de prendas como chaquetas o sacos de lana.
Durante las jornadas
médicas, se encontraron personas que se acercaban a dar información de los
albergues improvisados o “casas albergue”, solicitando el apoyo con jornadas de
salud y medicamentos para niños, ancianos y personas con afecciones
respiratorias, en piel y enfermedades diarreicas, así como también apoyo con
vacunas y víveres. Urge el registro oficial y la atención de las “casas
albergue” no oficiales, un sistema de información adecuado y oportuno y articulación entre las entidades para
que las ayudas cubran de manera efectiva a toda la población.